lunes, 26 de noviembre de 2012

Con tu fiebre


A veces vivo en paz en estos días grises.
Son los días tranquilos de los amores viejos.
Y vienes hasta mí. Duermes conmigo
como las dulces tardes de noviembre.

Pasan lentas las horas. Y miro cómo duermes.
Descansa en ti mi mano, mientras la tarde muere.
Un sueño está acechando tras de la puerta abierta.
Y afuera escucho aullar al perro del vecino.

No hay horas que se puedan contar en los relojes.
Y pasa por la calle la risa de algún niño.
En la cocina huele a café y magdalenas.
Un vaso en la mesilla. La fiebre te ha subido.

El amor es un largo calendario de soles.
Y en el libro que tienes en las manos dormidas
están acurrucadas mil historias antiguas
que hablan de países que no conoceremos.

Me duermo algún instante en esa duermevela
que sólo existe cuando se huele a medicinas
en la alcoba de tarde, de persianas bajadas.
El mundo no da vueltas más allá de estos muros.

Y cuando te despiertas y murmuras cansada,
con el sueño pegado aún a tu garganta,
pienso que debe ser el paraíso esto:
una tarde contigo, dormida,  y con tu fiebre.





martes, 20 de noviembre de 2012

Nuevo artículo

Hay nuevo artículo en diarioabierto.es
La huelga general es, en democracia, el último recurso para la protesta, el desencanto. Es, probablemente, la única forma de hacer llegar a los políticos el desacuerdo con su gestión. Nunca he creído que la democracia sea sólo un acto cívico cada cuatro años. Y jamás he defendido que el malestar de un pueblo haya de esperar inevitablemente a la próxima cita en las urnas para manifestarse.

lunes, 19 de noviembre de 2012

De otro tiempo


Cuando tú aparecías el día se quebraba en mil pedazos.
Y el mundo era más alto que la más alta estrella.
Venías de las sombras y de estaciones frías,
de los cuchillos anchos y de la piel desnuda.

En ti no había más nubes que las de los veranos
en que yo te soñaba sin conocer tu amor de agua.
Para mí no existían más manos que las tuyas
ni más besos que aquellos que nunca me habías dado.

Pero puedo decirte que en los acantilados
de todas las mareas estabas, como el tiempo
de la desolación, de amores de hotel y de una noche.
Tan lejana y tan cierta como el paso del miedo.

Me perdía yo entonces en otras sensaciones
de alcohol y de mujeres que bebían el viento.
Y tú estabas en ellas, como si todo fuera
la verdad y la muerte de un espacio vacío.

Fue encontrarte y saber que todo comenzaba
en tus manos pequeñas y tus pies de racimo.
Uvas para el recuerdo, desgranando despacio
la insensata quimera de que en ti era la vida.

No he vuelto a ser el muchacho que un día
fumaba cigarrillos y te mandaba versos.
Y hoy que el mundo no existe, mi deseo sería
perderme entre tus piernas. Y otra vez me encontraras. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Ojos de sueño


Como en esas ciudades que intuimos
con mujeres fatales y tan tiernas,
apareces de pronto con tus ojos
cargados con el sueño de otros hombres.

Y todo estaba igual como si nunca
te hubieras detenido ante mi nombre
y yo no hubiera estado en otros labios.

Mas no importan los besos olvidados.
Importa lo que fuiste y lo que somos.
Pedazos de un ayer cuando en la noche
el corazón se rompe en los hoteles,
más allá de la niebla y de los taxis
que nos llevaban juntos al pecado.

No queda ya de ti más que la dulce
sensación de morderte en otros cuerpos.
Conocerte después de no saberte,
fugaz como el revuelo de tu falda,
cuando andabas en torno a mi cintura.

Estás –te siento- lo mismo que en la tarde
en que, despacio, dibujaste con tu boca
el hombre que no he sido. Te recuerdo.
Y me muero por ti. Y ahora estoy muerto.

martes, 6 de noviembre de 2012

Cae la lluvia


Cae la lluvia lo mismo que mis besos en tu espalda.
Y todo está empapado. Mi saliva
convoca  para siempre tus tormentas.
Te corro por la piel de tus caderas. Me detengo
en el hueco brevísimo del vientre. Te deshago
como si entrara al abordaje por tu pecho.
Más allá del monte y de las nubes cae el agua.
Golpea por las calles. Yo te busco en el plomo de la tarde.

Rebosan por mis labios ciento un besos,
canalón imposible en el que duermen
las palabras. “Änimate”, te digo. “Ven conmigo.
Entremos hasta el campo de tu cuerpo
empapado de mi. Que nos bautice
esa agua bendita de la lluvia. Y ese viento
que nos recorre el alma en un escalofrío”.

Cae la lluvia, cae, como mis besos.
Tu espalda, un amplio surco en el que puedo
verter la sementera. Ararte entera
como si fueras las tierras en barbecho.
Yo, tu arado abriéndote gozoso y siempre vivo.
Miro caer la lluvia. La ventana
es espejo de sombras. El paisaje
tiene olor animal a hierba y a corderos.

Qué placer mineral desde este encierro
Mirar cómo se incendia la tormenta
mientras dejo que el mundo se me rompa
en la mano que aprieta tu cintura.
Bebo el café despacio. Y tú me miras.