A veces vivo en paz en estos días grises.
Son los días tranquilos de los amores viejos.
Y vienes hasta mí. Duermes conmigo
como las dulces tardes de noviembre.
Pasan lentas las horas. Y miro cómo duermes.
Descansa en ti mi mano, mientras la tarde muere.
Un sueño está acechando tras de la puerta abierta.
Y afuera escucho aullar al perro del vecino.
No hay horas que se puedan contar en los relojes.
Y pasa por la calle la risa de algún niño.
En la cocina huele a café y magdalenas.
Un vaso en la mesilla. La fiebre te ha subido.
El amor es un largo calendario de soles.
Y en el libro que tienes en las manos dormidas
están acurrucadas mil historias antiguas
que hablan de países que no conoceremos.
Me duermo algún instante en esa duermevela
que sólo existe cuando se huele a medicinas
en la alcoba de tarde, de persianas bajadas.
El mundo no da vueltas más allá de estos muros.
Y cuando te despiertas y murmuras cansada,
con el sueño pegado aún a tu garganta,
pienso que debe ser el paraíso esto:
una tarde contigo, dormida, y con tu fiebre.