Una ciudad extraña y conocida. Huele
el aire a esta primavera que ha llegado
de golpe. Entre los árboles un cielo
deslumbrante y azul. Hay poca gente
en las calles. El domingo es de miel.
Camino lentamente. Recuerdo los poemas
de un poeta en la huerta. Se me acerca
un hombre limpio y grave. Me detiene
un segundo, su voz suave me pregunta
si tengo unas monedas. Digno y serio,
se aleja con el mundo
pesándole en la espalda.
Es una ciudad bendita y bella. Está la sierra
un poco más allá, blanca y brillante.
Pienso en ti. Te recuerdo en la cama,
abandonada y tibia. El paraíso
debe estar a la vuelta de la esquina.
Una iglesia me abre el tiempo detenido.
Aquí no hay prisas. Sólo el aire tiene
la urgencia de vivir. Unas mujeres
cantan a un dios que ya hace mucho tiempo
abandonó a sus hijos. Me parece
escuchar al almuecín cuando despacio
subo por las callejas a la Alhambra.
Está todo a mis pies. El mundo y los amores.
Desearía quedarme en este instante.
Un sol de primavera me deshace
la piel. Muy a lo lejos
veo el brillo del agua. Y te deseo.