A Emiliano del Río, allá en Buenos Aires
Compartimos cervezas y palabras.
Por la calle,
en una tarde clara de este Buenos Aires,
se presiente que vuelve el paraíso.
Un nuevo y viejo amigo me sonríe.
Me habla de canciones y de vernos muy pronto.
Sien embargo presiento que la vida
nos rompe la nostalgia que comienza en la mesa,
aún antes de marcharnos. Todo tiene
en esta tardecita -que tiene ese
que sé yo-
este suave dolor de despedida.
Le hablo de esperanzas, de los días
que siempre volverán. No habrá relojes
que nos marque el recuerdo.
Hay una angustia
de futuro imposible. Rezaría
al dios del calendario que nos diera
un trocito del alma donde guardar el miedo
a toda despedida, al adiós de los hombres.
Y nos queda todo por decir,
nos queda todo.
Cómo decir adiós cuando uno tiene
perdido el corazón en estos bares,
en las calles abiertas, junto a un río
que inunda este mar que nos separa.
Y en el abrazo fuerte me parece
sentir todo el calor de los encuentros.
Y luego, y ya más tarde,
siento que el corazón se me deshace
cuando el verso más último, la nota
de una canción suya
se me cuela en el alma. Desearía
no ser Ulises y encontrar la calma
en cualquiera de las islas
que se cruzan
en este mar que no me lleva a Ítaca.