No nos llega el frío de septiembre. Se para
en la noche, lo mismo que un cachorro perdido.
A lo lejos, los cerros. Las montañas azules.
Una canción de fondo. La misma que escuchábamos
un domingo de niños y
tardes de merienda.
En la paz de la plaza, algún coche interrumpe
como un trueno asustado y olor a gasolina.
Contemplo mi pasado como quien mira nubes.
Inalcanzables nubes que no anuncias las lluvias.
El otoño es tan sólo una promesa vaga.
Debajo de tu cuerpo, los años ya vencidos,
la imposible caricia de las manos del tiempo.
Y en todo, y en ti misma, corren arroyos blancos,
instantes de un instante de mariposas muertas.
Las horas son pañuelos que agitan los andenes.
Este otoño que nace sin saber si el invierno
nos traerá el peligro de una boca sedienta.
Mil besos para hacernos a un futuro que intuyo
con cansancio de lunes y de uvas amargas.
Más allá de tu pecho ya no está el horizonte.
Quiero dormir. Deshago las sábanas y busco
un momento de dicha, ese extraño relámpago
al decirme: Descansa. Descansa hasta mañana.