Me contaron
que andaba por los bares,
buscando
algún amor o sólo el beso
de
alcohol que la llevara por las noches
de
ciertas ciudades, por los puertos
de nieblas
y de olvidos.
Contaba
que un día tuvo entre sus brazos
los amantes
más fieles y las horas
más
salvajes y tiernas, cuando era
el
pecado más dulce y en su boca
dormían
las tormentas.
Nadie supo
su nombre. Amanecía
y ella
rebuscaba unas monedas
en su
bolso de plástico. Pagaba
y sin
decir una palabra se marchaba
hacia
otras soledades.
Nunca pude
encontrarla, aunque su historia
me persigue
en las noches en que busco
el olvido
en las barras, cuando el frío
tiene
el nombre de todas las mujeres
que un
día me quisieron.
De vez
en cuando, me voy hasta las calles
húmedas
por la lluvia y el deseo,
recorro
madrugadas, me detengo
en
cualquier bar extraño y adivino
su
perfume en el aire.
Pero sé
que jamás he de encontrarla.
Por
mucho que en cualquier libro de versos
reconozca
su voz y entre los vasos
quede aún
la tristeza de su boca
que
bebo sin remedio.