No
tienes ya que preocuparte de mis cosas.
Son tan
cortos los días, tan extraños
que apenas
si hay lugar para la dicha.
No hay
recuerdos que salven el futuro.
Espero,
como esperan los amantes,
haciendo
del instante un tiempo nuevo,
la
soledad de un hombre, la palabra
que
ahora ya decimos imposible.
No
estás en mí. No sales de mi boca
como el
viejo suspiro de esas noches
sin ti
y sin paraísos donde pueda
mi
corazón saltar hasta tu pecho.
No hay
nada que saber. Tal vez la sola
sensación
de conocerte muy lejana,
notar
en tu garganta los latidos,
beber
del agua amarga del olvido.
No
debes preocuparte. Está la plaza
sin nombres
que escribir en las paredes.
Y yo
estoy sin tus sueños ni promesas.
Todo
descansa en ti, como las sombras.
Para
que vengas tú, para que vengas
me faltan
las rosas que dejaste
una
tarde de lluvia en la ventana.
Detrás
de ti está el miedo de la carne.
Y ya
nada te espero. Nada busco
más allá
de ti misma. En la penumbra
adivino,
por fin, tu cuerpo abierto.
No
debes preocuparte. Me has vencido.