Ahora que el presente es el recuerdo,
yo convoco tu nombre y tu mirada,
la soledad de plata de los días,
los viajes en la noche, habitaciones
sin sol y sin ventanas y sin nombres.
Más allá de la luz estaban tus abrazos,
el corazón helado como un fruto
de dulce tentación, cuando no eras
más que la sombra amarga de otro cuerpo.
Estabas como están los pájaros de otoño.
Detrás de las palabras y los nombres
caminaban las cosas más sencillas,
tu piel en el incendio de la tarde,
y toda el alba de oro que era verte
desnuda y sin el miedo de los besos.
El hombre estaba allí, junto a tus manos,
inevitable muerte de relojes.
En cada poro de todos los amores
respiraba la vida que me abría
los caminos azules de la infancia.
Pero ahora, en el perdido instante
en el que todo tiene el color muerto
de un futuro marcado de papeles,
me detengo fugaz y lloro a solas
por unos versos hallados en un libro.