Ya no eres mi esperanza. Tan sólo eres el cuerpo
de la palabra adiós y la melancolía.
Los días de verano cuando tu nombre era
la brisa que secaba el sudor de las noches.
Eras, entonces, eras como la piel del mundo
donde encontré caminos más allá de ti misma.
Cuando amarte era hablarte de la angustia del lunes,
de calles y de plazas para buscar el tiempo.
Sé que nada se puede resumir en un verso,
que el amor es difícil como vivir sin miedo,
que un abrazo se puede romper en un segundo,
y que nadie nos puede rescatar del olvido.
En las noches sin ti aún recuerdo tus ojos
Y la palabra nunca y el beso deseado
y el estremecimiento de tu vientre al morirte
en cada nuevo instante en que me hacías tuyo.
No sé porque te escribo todavía estos versos
si jamás volveré a escucharte en mi oído,
si ya nunca tendrás en tu agenda mi nombre
y no habrá madrugadas que beber en tus labios.
Y sin embargo sigo agarrado a tu pecho
Y escucho todavía el sabor de tu boca
Cuando tú me pedías: “No te vayas ahora.
Duerme sobre mi cuerpo y nunca me despiertes”.
Tal vez sea que ahora añoro la tristeza,
tus manos que buscaban la vida entre mis manos.
La lágrima escondida entre las cinco letras
de tu nombre sagrado que siempre me persigue.
Y ahora sólo quiero pronunciarte despacio
sabiendo que ya nunca rondarás por mis labios.
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