A Emiliano, Manuel, Marwan, Moncho, Rafa, Diego, Pedro, Luis...
a todos los que ponen ilusión a los días y a las noches
(No puedo poner todos los nombres)
a todos los que ponen ilusión a los días y a las noches
(No puedo poner todos los nombres)
Cada noche caminan buscando la esperanza,
lugares donde puedan depositar el mundo
que llevan en las cuerdas de la vieja guitarra.
En su voz hay extraños caminos que les llevan
hacia el nuevo horizonte de un corazón abierto.
Tienen entre sus manos recuerdos de mil noches
en que fueron los dioses. Y tejen versos y horas
soñando que en los bares donde el amor palpita
tal vez haya esa noche el triunfo soñado.
O, tal vez, corazones que se junten al suyo.
En la canción de siempre respira la añoranza
de algún amor perdido, del cuerpo que fue ella,
cuando el deseo buscaba entre fría cerveza
el calor de unos pechos, unas manos sedientas
que pusieran de nuevo el triunfo en sus versos.
Hablan de lo que todos guardan en los bolsillos,
del amor, la tristeza, cotidianas derrotas.
Del dolor de los lunes y el miedo del domingo.
Y siempre baila el agua en sus dedos y buscan
quizá en clave de sol extrañas primaveras.
Nada tienen y esperan, sin embargo, que un día,
cuando la noche caiga vencida entre las mesas,
les vendrá ese milagro de unas notas que hagan
saltar en mil pedazos la suerte que les huye,
y una mujer, sólo una, llorará al escucharle.
Recogerán, despacio, los cables y los sueños
y enfundarán de nuevo guitarras y esperanzas.
Y mañana, otra vez, cuando caiga la vida,
buscarán un garito y a la dulce muchacha
que les diga: “Has cantado mi alma en tus canciones”.
Mañana harán del mundo un lugar luminoso.
Y pondrán en sus versos su corazón de espuma.
Por que ellos son el pan y la sal de la tierra.
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