Un cura prometiendo del infierno el rigor.
Un padre derrotado y una madre que reza.
Y ropas heredadas del hermano mayor.
Amé y sufrí de amores como manda la vida.
Gocé cuerpos gloriosos que me dieron las noches
más hermosas. Y supe que en toda despedida
la añoranza es un viento que vence a los reproches.
De mis derrotas guardo la grandeza de haber
apostado al tablero donde el hombre sufría.
No es mejor la victoria si no puedes vencer
el miedo a los fracasos y al paso de los días.
Tengo algún enemigo que no me ha perdonado.
Y al que tampoco nunca yo he pedido perdón.
Siempre busqué en el hombre que camina a mi lado
el soplo que nos una a un mismo corazón.
Y ya no tengo nada que pueda llamar mío.
En mis hijos he puesto mi esperanza y futuro.
El pasado es historia y el presente es un río
que me arrastra a la nada, violento y oscuro.
He preferido siempre el calor de taberna
el vino del amigo y el verano en enero.
Y si puedo elegir, y aunque nunca sea eterna,
elijo la pasión de los amores fieros.
Sin mérito ninguno por mi parte, he tenido
la honradez de los pobres y el orgullo de ser
libre -libre hasta donde me dejaron-. No he sido
más que nadie. Ni tengo nada ya que perder.