Te
recuerdo todavía. Y sin embargo
nunca fuiste
un gran amor, niña perdida.
Mis
ojos asombrados y esas manos
recorriendo
mi cuerpo, cuando era
la
soledad el mundo conocido.
Te
tengo en la memoria y en la carne,
en esta
hora del sueño y del olvido.
Me
llegan, lo mismo que hojas muertas
tu suspiro,
el jadeo de tu pecho,
en la
cama deshecha de tu cuarto.
Tus
besos con sabor a cigarrillos,
el silencio
de nubes, la dulzura
de tu
piel transparente, la caída
de tu
cuerpo en mi cuerpo. Aquellas noches
con el miedo
al reloj en la mesilla.
¿Y qué
ha sido de ti? De vez en cuando
tu nombre
me persigue por los libros,
se
despereza lento como el suave
regusto
a sal de la melancolía,
lo
mismo que el sabor de un vino nuevo.
Pedacito
de amor, niña sin dueño,
palabra
de mis noches. Dulce encanto
del
momento encontrado cuando todo
era la
vida en punto, y no había nada
más allá
del deseo de las sábanas.
Esta
noche te invoco. Por aquellos
abrazos
de pasión, por la locura
de la
sangre. Por mis dedos
buscando
el universo de tu vientre,
la
eternidad de dios en tus caderas.
Vienes
a mí. Te duermes a mi lado.
Te me mueres
lo mismo que si fueras
el sol
cálido de todos mis inviernos.
Nunca
fuiste mi amor. Pero ahora mismo
tu nombre
es mi deseo y mi nostalgia.
6 comentarios:
Tus palabras me saben a "pecado y perdón", a la luz de los días en una juventud cercana. Como siempre inmenso. Abrazos Rodolfo
Esconde su rabia detrás del abrigo,
es capaz de odiarle en un segundo,
y arrojar de su pecho su presencia.
Abandona la plática cerrada,
él no escucha, ella no entiende,
y será ella quien empuje su imagen
al suelo de un abismo.
Huele a humedad el coche que les lleva,
no giran la cabeza,
él retiene con los dientes la tormenta,
ella destroza con sus ojos los cristales,
busca fuera la paz herida y fusilada
por la larga grieta del momento.
Y si abre la puerta, y si escapa.
Sería otra huida al portal de enfrente,
a la mesa del mar donde amanece
cercada por el té y la madrugada,
por emociones esparcidas
entre migas de papel y estampas.
Comparte asiento,
y entra un hilo de luz que la golpea,
que muestra sus ojeras,
su mancha en la mejilla,
una absurda obsesión por encontrarle.
Huele a humedad el coche que les lleva,
en el asiento sus cuerpos se separan,
con parcos movimientos,
las piernas se apartan.
Ella quiere olvidar pero no lanza las redes
tiene miedo a que venga la marea,
una marea cualquiera,
y se la lleve.
Un abrazo, Rodolfo. Cuídate.
Puf, hoy es de las que me toca la fibra. Será porque escribo a menudo sobre este tema, me encantan los textos con zarpazos a los recuerdos, a viejos amores que nunca terminan de marcharse de la cabeza y sobreviven entre nuestras sienes. Un placer leerte maestro. Un fuerte abrazo. Por cierto igual un dia de estos tengo que atreverme a pedirte un pequeño favor, es mi deber de amante intentarlo, ya te escribiré por privado un día de estos abusando de tu amistad bloguera... nos vemos en el camino...
"Te me mueres lo mismo que si fueras
el sol cálido de todos mis inviernos", brillante. Me recordó a Sabines.
Tu poesía es maravillosa, tan transparente, sentida, cotidiana...un placer.
Abrazos
Agradecido.
También me recordó a Sabines...
Tu poesía, Rodolfo, me llega hasta los huesos.
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