Casablanca

Tenías el afán de amores imposibles
la gravedad del beso de quien todo ha perdido
y en las manos la estrella de los Mares del Sur.

Cada día era un verso como un vaso de vino
devorado en tus labios. Y los suspiros eran
la esperanza segura de dormir en tu pecho.

Amábamos las cosas más pequeñas y nuestras:
Un cigarrillo negro, el exacto dibujo
de tu vientre bendito, la sonrisa cansada.

El libro que olvidaste en el cuarto alquilado.
Tus pantalones blancos y tu bolso pequeño.
El camarero amable que sonreía al servirnos.

Nunca supe, amor mío, salvarte de tus miedos.
Ni rellenar tu nombre en los salvoconductos
que en Casablanca buscaba el pobre Ugarte.

Por eso, en esta noche, te mando la dulzura
que queda en mi recuerdo de tu cuerpo borroso.
Y busco, desesperadamente, el avión a Lisboa.