martes, 24 de julio de 2007

Cuentos de invierno

A veces la memoria es algo necesario. En la alta noche, cuando todo está en calma y no quieres que amanezca y dejas pasar las horas en paz, notando como el tiempo transcurre lento y suave, recuerdo mi infancia. los amigos de aquellos años verdes que decía el gran Bergia.

Es verdad que la patria, como decía el poeta, es la infancia. Recordaba el otro día a mis hermanos, con mi madre, sentados ante la lumbre, en una cocina que ahora veo minúscula y que, entonces, me parecía un mundo. Mi madre nos contaba historias de muertos y aparecidos. No teníamos radio y la televisión no existía.

Mis hermanos y yo escuchábamos atentos aquellos viejos cuentos de brujas y miedo. Una de esas historias, que más tarde descubrí que pertenecía a las viejas leyendas castellanas, hablaba de una mujer de mi pueblo que decían que era bruja. Y contaba mi madre que salía cada noche en forma de botija, con dos asas, bailando en medio de la plaza.

Una noche alguien lanzó una piedra y rompió una de las asas. La botija desapareció, pero al día siguiente, la mujer a la que acusaban de bruja apareció con un brazo roto. Viejos cuentos para hacer más cortas y apasionantes las largas noches de invierno.

Recuerdo también que mis padres tenían una gata: Lola. La gata se marchaba todas las noches al Vedao, un monte cercano. Y traía, de vez en cuando, un conejo intacto que dejaba en la cocina. Nuestra comida del día siguiente. A la Lola la mató un guarda del Vedao y nos quedamos sin el regalo del conejo.

Fui todo lo feliz que puede ser un niño. Éramos -y somos los que quedamos- una familia muy unida. Con muy poca edad de diferencia, mis hermanos y yo formábamos un bloque, junto con mis primos, que nos permitía buscar aventuras, juegos, sin necesidad de recurrir a nadie más.

El clavo, el aro, el rescate. Juegos sencillos y apasionantes. Hoy, cuando los niños no tienen otra cosa que las consolas, me parece a mí que éramos afortunados. Hoy, cuando las únicas historias, son las de las series de televisión, creo que nada era tan fantástico como aquellos viejos cuentos que mi madre nos contaba junto al fuego.

Nota:
Dicen que hay una invasión de topillos que están arruinando la agricultura de Castilla. Dicen las autoridades que se debe a esta situación climática que ha hecho que estos animalitos se reproduzcan a velocidad de vértigo. No digo yo que no. Pero creo recordar que hace años se soltaron algunos roedores para dar de comer a las águilas. No recuerdo ya si fueron topillos. A lo mejor alguien lo recuerda.

9 comentarios:

Paseando por tu nube dijo...

Que bonito poder recordar, aquellos días felices, sin problemas que los oscurecieran, yo también recuerdo como haciamos todos los hermanos los deberes en la mesa camilla, calentita, escuchando la radio, "Matilde, Perico y Periquín", después llegaba mi padre, lo que siempre tengo en la mente era como me aupaba en brazos, me contaba como le había ido el día y de una forma o de otra, yo siempre intentaba que me contara alguna historia de la guerra, de su guerra, de lo que había vivido en ella con sus 19 años recien cumplidos y todos terminabamos a su alrededor, escuchando con admiración y mucha curiosidad, yo entonces imaginaba las guerras como años despues las contaba el querido Gila.

Gracias Rodolfo, por tu gran cuento-post, como siempre un maestro de la narrativa. Y por haberme transportado a mis recuerdos de infancia, hoy lo necesitaba.

Un saludo desde el recuerdo

Anónimo dijo...

Pues a mi parecer la infancia está mitificada y sobrevalorada. Al menos yo no la recuerdo tan feliz, tampoco triste, pero sí anodina. De hecho escribí un poema acerca de ello. La juventud sí es fascinante.

No obstante me encantaría tener el recuerdo del texto de Adolfo y no el mío. Será que yo fui una niña rarita.

www.unabohemia.blogspot.es

Pablo dijo...

Me uno a los lectores de su blog Sr. Serrano. Aprvecharé este verano para leer este y todos sus cuentos de invierno.

Un Saludo.

alakazaam! dijo...

Que preciosidad jefe.

Dicen que el anhelo infantófilo de tiempos mejores se debe a las fases de crecimiendo de los árboles de neuronas. Se dicen tantas cosas.

Lo de la bruja y la botija -no se si una memoria real, o se trata de un relato- suena muy mucho a esas leyendas de los puebletes que tanto nos suenan.

No se cómo ha llegado al panchitos, pero yo me pienso pasar por aquí en adelante...

Alicia dijo...

Jooo, que recuerdos.
Yo siempre recuerdo las tardes de frio y lluvia sentadoas en la mesa camilla jugando a las cartas (el tute) con mi abuela... Todo era perfecto, hermosa patria la ninez!!!!
Un abrzo, Alicia.

Fernando dijo...

todos tenemos una historia...quizás la tuya, la mía, la nuestra tenga el sabor ocre pero dulce que el corazón nos deja...seamos pues criticos con los recuerdos pero sepamos que en nuestras huellas todavía respiramos...ellas señalan el camino de vuelta...abrazos.

Anónimo dijo...

A minha infância não deve ter sido muito diferente e por isso gostei tanto de ler este conto. Abraços.

Anónimo dijo...

Pués yo si recuerdo una infancia con hermanos, amigos, campo y juegos con "sorbitas" (los huesos de los albaricoques). Pero vivía en un pueblo cualquier adulto nos podía ayudar, regañar o velar por nuestra seguridad.
Había multitud de niños no tv todo el día y mi padre tenía tiempo para todos, como también mi madre y mis abuelos y los de los amigos.
Por ello supongo que desde su propia mirada y experiencia, su infancia también la recordarán comno maravillosa ...o como anodina que dice alguién por ahí
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Anónimo dijo...

Ub dijo "No obstante me encantaría tener el recuerdo del texto de Adolfo y no el mío".

¿Adolfo Sedano o Rodolfo Serrano? ;-)