Es la pregunta del millón. En las elecciones -generales, municipales o autonómicas- siempre están las mismas preguntas: "¿Sabe usted cuánto cuesta un litro de leche, el metro o el kilo de garbanzos?". Los políticos lo esperan y lo primero que hacen es preguntar a sus asesores el precio de los productos básicos. Es de libro.
Zapatero no se podía imaginar que anoche le iban a hacer esa pregunta. Algo tan obvio como ¿cuánto cuesta un café? Podía haber sido sincero y decir, por ejemplo: "Pues mire, usted, para mi desgracia y por culpa de este cargo, hace años que no puedo entrar a tomerme un cafelito. Pero le puedo decir cuánto cuesta el litro de leche o el kilo de garbanzos", que eso, seguro que se lo habían dicho sus asesores. Nadie se imaginaba que alguien preguntara por un café. Y Zapatero, en lugar de responder con sinceridad, tiró a ciegas. Y quedó fatal. Quedó en precios anteriores al euro. Parece como si el presidente no hubiera pagado un café en su vida.
Al margen de la anécdota, lo que demuestra la contestación de Zapatero es la dolorosa ignorancia de los políticos en torno a la vida real. No es extraño. ¿Cómo va a saber Zaplana, sin ir más lejos, el precio de los chicles Trident, si se lo compraban en el Ministerio? Y así nos va.
Los políticos -y cuando están en el poder, más- son profesionales que si pisan la calle es porque el coche oficial no puede todavía subir escaleras. Están lejos de los problemas reales que son, como decía el hombre del café, el precio de un cortado, el de una caña, el de un jersey o el de un piso.
Porque esa es otra. Los jóvenes que ayer se enfrentaron a Zapatero le preguntaron lo más obvio: ¿cómo me puedo comprar un piso, con lo que gano, qué hago después del título universitario, cómo puedo vivir con mil euros, qué van a hacer con los contratos basura? Y Zapatero se fue por las ramas en todos los casos. No sabía. Se sabe las grandes cifras, se sabe cómo ha frenado el precio de la vivienda, se sabe el número de empleos creados -no se supo el número de inmigrantes-... y así. Pero no supo cómo resolver ninguno de los problemas de la calle.
Zapatero vive en la Moncloa. No busca casa. Y si la busca, la encontrará. Habló de unos miles de pisos de alquiler -45 metros, qué lujazo- para atender a millones de jovenes, y la cámara recogía la mirada desencatada y displicente de los chavales que estaban en el estudio.
Triste cosa. La política no es la vida real. Por eso, no es raro ver cómo dos políticos, después de gritarse las cosas más infames en el Parlamento o en un debate, luego toman café juntos -que pagará algúno de sus acompañantes- preguntándose amablemente por la familia.
En la vida real una discusión de ese tipo acaba con amistades de años.
Zapatero, anoche, fue derrotado por la vida.
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