Un viejo amigo, rojo de los de antes, me comenta que está pensándose seriamente dejar de votar. No se siente representado por ninguno de los partidos. Y se le nota un cierto hastío, como al hombre del casino provinciano que decía don Antonio.
Uno también tiene un cierto cansancio. Y no sabe si su voto sirve de algo. Todo se ha profesionalizado. Y los políticos luchan denodadamente por el próximo escaño como quien lucha por su supervivencia. En algún caso, nunca mejor dicho. Son profesionales de la política, tan profesionales como un fontanero o un electricista. Con una diferencia: que posiblemente sean mejores profesionales los fontaneros que los políticos. Con lo que uno puede llegar a la conclusión de que al votar estás dando empleo a alguien. Un empleo, por cierto, muy bien pagado.
Votar a uno de los grandes partidos produce melancolía porque es como si contribuyeras a perpetuar la situación. Una situación que nada te aporta. Los diputados ya no van por sus distritos a currarse la reelección. Ahora basta con que se curren al baranda que hace las listas.
Pero votar a algún partido minoritario, si no melancolía, produce una cierta frustración. Siempre queda la duda de si no habremos tirado el voto.
Ahora que se están confeccionando las listas para autonomías y ayuntamientos, aterra comprobar que los navajazos más profundos se producen por asegurarse el puesto que garantice el acta de concejal o diputado. Y aterra, sobre todo, comprobar que la mayoría de quienes conforman las listas son gentes que nunca la han hincado. Gentes que jamás han tenido una nómina en el sector privado. No saben lo que es haber pagado la Seguridad Social, ni se han despertado una noche angustiados por la posibilidad de un despido. No. Ellos se dedican a esto. Un día entraron en el aparato y ya no se han salido de él. Cada cuatro años por lo único que luchan es por seguir en las listas, caiga quien caiga y pase lo que pase.
Es su único trabajo en esos cuatro años, lo que, hay que reconocer que tampoco está mal y, desde luego, no mata a nadie.
La verdad es que el voto es complicado, coño.
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