lunes, 24 de septiembre de 2007

Fujimori

Veo en la tele imágenes de Perú. El país, dividido por la vuelta de Fujimori. Imágenes que me recuerdan, dolorosamente, otras divisiones vividas. Porque hay gente que se niega a que Fujimori sea juzgado por corrupción, por asesinato. Él vive en una celda con televisión mientras fuera la gente de Perú se enzarza en batallas entre quienes quieren su libertad y su vuelta y quienes recuerdan el horror de la muerte, la trágala que fue el país durante su mandato.

Es difícil juzgar cuando estás lejos, cuando Perú es un punto perdido en un mapamundi. Pero los hechos están ahí. Ahí está la muerte, ahí está la corrupción, el dinero robado. No sé en qué acabará todo eso. Pero siempre acaba mal. Siempre acaba mal cuando una sociedad se divide y clama con y por intereses distintos.

Los dictadores, aunque hayan sido elegidos en las urnas, siempre tienen ese punto de demagogia, de carisma, que atrae gentes a su cruzada. Quedan, sin embargo, esperanzas. Raramente los dictadores se libran de la historia. Tarde o temprano terminan por ser juzgados y, tarde o temprano, queda una cierta compensación moral, aunque nunca compense el sufrimiento que provocaron durante su mandato.

Hace unos días veía también en la tele un magnífico reportaje sobre el juicio a Pinochet, iniciado desde España. Una mujer cuyo hijo fue asesinado, al preguntarle qué sentía, si tenía deseos de venganza, contestaba que su venganza era seguir viva. Que cuando se enteró de la muerte de su hijo de dieciocho años, quiso morir ella también. pero que comprendió que su venganza contra los militares, contra Pinochet, era seguir viva. Y ella seguía viva. Se vengaba así de quienes tanto daño la habían causado.

Decía que su venganza era ver cómo muchos jóvenes chilenos se sumaban a la democracia, rechazaban los crímenes del régimen de Pinochet, defendían la justicia, la necesidad de exigir justicia. Los jóvenes, decía, la consolaban en su dolor.

A veces la televisión ayuda a la esperanza.

4 comentarios:

yo mismo dijo...

los jóvenes somos el futuro. pero, ¿sabes? creo que en este país la juventud duerme y sólo una parte comprometida con los demás y consigo mismos son los que salen a las calles a hacer sentir su voz cuando las cosas no funcionan. no ocurre lo mismo en otros países donde el horror ha marcado mucho más a todas las capas de la sociedad, quizá por más cercano, donde la memoria está mucho más viva. sin embargo, yo también creo que el tiempo y la justicia ponen a cada uno en su sitio tarde o temprano.

síl dijo...

esto es como lo de los pobres... siempre les toca todo lo malo a los mismos!
este abril estuve en el perú de vacaciones y la verdad es que es un sitio realmente especial, lleno de recursos naturales (explotados -que sirven para pagar las deudas los países del primer mundo que luego les vuelven a vender en forma de productos manufacturados- y los potenciales -que no se explotan porqué no hay dinero porqué se lo quedan los dirigentes-)...

es increíble como viendo todo eso sigue y todo lo que se llevó fujimori sigue pensando que es lo mejor para el país... una verdadera lástima... e increíble que le dejen volver sin pagar todo lo que hizo!

un abrazo (el que se me olvidó de mandarte el sábado vía familiar)

txilibrin dijo...

La carne de gallina se me ha puesto al leerte. Esperemos que los jóvenes (yo incluida) consigamos mejorar las cosas, ayudar en lo que podamos a que estas situaciones no se vuelvan a dar.
Aunque como dicen por aquí, estamos dormidos, vivimos demasiado bien para ver que otros no...

Eclipse dijo...

Una se siente en ese compromiso al que a veces teme aferrarse. Pero siempre vence la memoria. La memoria colectiva que hace que quienes no vivieron atrocidades de dictadura en carne propia puedan salir a tapar las calles conmemorando esos días que abreron largas heridas en un país.
Este post me recordaba un poco a Gelman y su venganza puesta en la búsqueda, una búsqueda con memoria que incluso dfensores de la democracia en este país (Sanguinetti, etc.) quisieron hacer zozobrar. Pero toda búsqueda tiene un fin. Toda venganza, por más silenciosa, alcanza su víctima. Lo duro es que en el camino se siga sangrando.