miércoles, 25 de abril de 2007

Una definición de mi pueblo

Llueve. Una tormenta descarga sobre Madrid. Me llegan noticias transoceánicas. Correos y mensajes que salvan la mañana. Día del Libro el lunes. Noche de los libros. Está bien.

He comprado la recopilación, en barato, que han hecho de Paracuellos, las historietas en las que Carlos Giménez cuenta sus recuerdos de infancia en un colegio del Auxilio Social. Brutales y amargas. Cuesta trabajo imaginarse hoy algo así. Pero, no. No es verdad. A veces los periódicos te traen noticia de casos semejantes.

El libro de Carlos Giménez me ha llevado a algunos recuerdos de infancia. No sé por qué me viene a la memoria continuamente una foto en la que estábamos mis hermanos y yo, con cuatro o seis años. Estamos mas chulos que un ocho. Yo, creo recordar que era yo, con el brazo escayolado, en cabestrillo, con una chaquetilla que me quedaba grande. Mi hermano, a mi lado, está en actitud pícara, con un tirante que le cruza de lado a lado el pecho y unos pantalones que se adivinan de otro hermano mayor.

Tenemos aire de felices. Somos niños felices. Y es cierto, yo me recuerdo feliz. Jugando. Jugábamos mucho. Mi padre no nos dejó nunca ir a trabajar. Y ni mis hermanos ni yo tuvimos que ganarnos el pan hasta que no tuvimos una cierta edad: los 14 o 16 años. No sé cómo se apañaba el pobre con su sueldo de albañil y sus seis hijos. Pero tirábamos p'alante.

Bueno, sé cosas. Por ejemplo: mi padre, por la noche, cogía la bicicleta y se marchaba. Volvía hacia las dos o las tres. Traía en el transportín de la bici una banasta llena de uvas y de higos. Mi padre no tenía tierras, con que...

Nos decía que nos lo comiéramos en casa, que no saliéramos a la calle con el racimo de uvas o el puñado de higos porque la gen te podía preguntarse de dónde lo habíamos sacado. Eramos felices. Tuvimos muy pocos juguetes, pero mucha imaginación. Recuerdo que yo dibujaba en una madera un revolver que sacábamos de los tebeos, con su tambor, su punto de mira, todo. Y mi padre, cuidadosamente, cuando venía de trabajar, nos lo recortaba con un serrucho.

Tuvimos los mejores colts, las mejores espadas. Los demás chicos querían otras iguales, pero sus padres no tenían ni la habilidad ni la paciencia del nuestro. A mi primo que era el hijo del médico, las pistolas se las hacía también mi padre porque prefería las de madera recortada que las de plástico que entonces empezaban ya a popularizarse.

De mi tío el médico -estaba casado con una hermana de mi madre- recuerdo anécdota muy divertidas. Era un cordobés amable y simpático. De él ha quedado la mejor definición de mi pueblo. Cuando yo fui un poco mayor, y ante una ola de "lujuria" que recorrió el pueblo (es broma, pero la verdad es que había muchos líos), mi tío dijo: "Lo que ocurre es que en este pueblo sólo hay dos pasiones: joder y pescar.... Y no hay río". Era magnífico.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado el texto... me has recordado a un antiguo lugareño del pueblo de mi padre que ahora, desde Puerto Rico, cuenta historias de su infancia, y recuerda las fiestas, la matanza y la cosecha... todos los motes de las familias y donde vivía cada uno.

Me fascina la historia cotidiana, la que no se explica en los libros de historia... la que me cuentan mis alumnos de 80 años (que, por cierto, bailan "el vals de los jubilados" con bastante salero ;))... la de las patatas viudas... el traje de los domingos... o la fruta recogida a garulla por huertos ajenos...

Como me fascina el brillo de los ojos de mi padre cuando me habla del porta-aviones que le traian los reyes magos, y semanas después desaparecía, para volver al año siguiente por reyes... los de mi madre eran un puñado de cacahuetes y un par de mandarinas... y se ha convertido en toda una tradición familiar.

A mi también me gustaban mas los juguetes que me hacía mi abuelo que los comprados... era albardero, temporero en época de siega... y todo un artista, también tallaba madera y hacía flautas de hueso, las llamaba gaitas, y tenían solo 3 agujeros... se pasó la jubilación sentado en la puerta de casa... con su hermano... sacaban la silla a la calle y entre canción y canción hablaban con la gente del pueblo o con los turistas que pasaban (en verano yo hacía lo propio con mi flauta dulce hohner y mi libro de música del colegio)... y los días buenos me llevaba a la bodega a trasegar el vino... o de excursión a la huerta del puente hierro a enseñarme a "escachapar" millo... a ir a esparragos... a coger cerezas... a almorzar tomate en sal... y aprendí a mirar con otros ojos.

Margarida dijo...

Por suerte (o desgracia)mi infancia no fue así.Los de mi quinta, nadamos "en la ambulancia" como dijo una vez un conocido presidente de un club de fútbol de cuyo nombre no quiero acordarme.Pero mi padre, que se pasó la infancia descalzo verano e invierno que tuvo su primer traje a los 9 años y que desayunaba a diario las cortezas del ya de por sí duro pan de maíz con agua hirviendo para que ablandasen...pues también me cuenta esas cosas. Con la parte de madera de los cepillos de ropa y dos carretes de hilo hacía un carro de bueyes tirado por dos incautos ciervos volantes, que después de días sin comer y a trote por los caminos..morían extenuados..triste infancia aquella, aunque el consumismo exagerado en el que vivimos, la falta de imaginación de los niños de hoy en día, y los psiquiátricos cada vez más llenos con gente frustrada, estresada y ansiosa, me lleva a pensar que aquella vida quizás no fuese tan miserable...

25 de avril sempre!!!

Anónimo dijo...

Se queda como resumen un poso agridulce en todo lo que has evocado. Una especie de aura que envuelve la máquina del tiempo en la que has vuelto a partir para rendir homenaje a tu padre...

Montado en tu grupa y en la de Bergia, últimamente regreso a Torreperogil y a sus veranos mucho más de lo que puedo hacerlo en la realidad. Cuando acababa el colegio, a final de junio, mis amigos tenían casi todos padres con casas en sitios que entonces me parecían estupendos y atractivos. Y a mí hasta me daba un poco de verguenza decir dónde me marchaba todo el mes de agosto (el nombre del lugar no es precisamente eufónico). Pero lo cierto es que llegaba allí y se me abría un mundo de lugares maravillosos que partían desde aquel jardín, desde la bodega, desde la cochera, desde un porche esquinado en el que jugar a los dados con mis primos... Daría un brazo por volver a aquella casa, que por cierto, mi padre vendió poco antes de morir y ahora ha sido restaurada...

Esta mañana recordaba la virtud que encierran estos viajes en el tiempo para hacerse más perfectos y tiernos cuánto más lejanos nos quedan. Tu padre confeccionaba pistolas y el mío se escondía en una frondosa higuera para comerse sus frutos sin que le viera mi madre. Tu padre "encontraba" frutos para llenar la banasta y el mío me acompañaba algunas tardes a jugar baloncesto en una vieja canasta de hierro que se acabó por caer de tanto golpearla a "pedradas"...

Tu padre, el mío y el de toda la buena gente que tiene la suerte de mantener viva su memoria, rememorados con la dignidad intacta que quizás entonces no reconocimos tanto, o al menos tanto como nuestro corazón ahora sí hace.

Es un acierto que todo aquello aún revolotee y reciba el homenaje de ser plasmado. Es simbólico, anecdótico y quizás insignificante para nadie más que nosotros, pero también hermoso, terrible, lejano, y cargado del más noble espíritu romántico...

Quizás mañana nos levantemos y lo único que ocupe nuestras cabezas sean las cosas supérfluas. O la esperanza de que Tomás haga las mejores anchoas de su vida, que no es asunto tan supérfluo. Pero lo verdaderamente válido y enriquecedor siempre estará de guardia en el fondo del alma, tal vez esperando a que, una mañana lluviosa como la de hoy, tú vuelvas a recordarnos las razones para reconciliarnos con todo ello.

Mil gracias de nuevo Rod(g)olfo...

P.D: Tus buenas noticias transoceánicas, sin lugar a dudas, también son las nuestras...

Anónimo dijo...

¡Que lástima que donde yo vivo hay río! :P

Núria dijo...

A los de mi generación siempre nos gusta escuchar las historias que nuestros padres y nuestros abuelos nos cuentan y que vivieron en primera persona.O almenos a mí siempre me ha gustado escuchar las historias de mi abuelo cuando era pequeño y tuvo que vivir esa horrible guerra. A veces pienso que habría que hacer un recopilatorio de todas aquellas experiencias que vivieron para que así no se perdieran y que las generaciones que están por venir fueran capaces de disfrutarlas. No hay nada cómo tener un buen recuerdo de tu infancia. Creo que es lo mejor que te puedes llevar a tu vida como adulto.
Los que nacimos en los 80 tenemos otro tipo de infancia, menos imaginativa quizás, con más juguetes y más privilegios, por decirlo de alguna manera pero desde luego nos falta ese elemento de aventura que los mayores teneis en vuestras batallitas, jejejeje. A mí me encantan :)

síl dijo...

es curioso como te leo y me parece estar escuchando a mi madre cuando me contaba la ilusión que le hacía recibir mandarinas como regalo de reyes... aunque ella tubo menos suerte y le tocó cuidar de los hermanos mayores (pero, eso no era al revés?!)...
como jóven de los 70's tuve suerte de poder jugar con juguetes "normales", hacerles vestidos a las muñecas (aunque algunas ya llevaban pilas y hacían demasiadas cosas), jugar a coches que sólo se dirigían con tus manos, ahorrarse pasar todo el día matando marcianos en el ordenador y, yo como hija única, disfrutar de un buen puzzle...

pd. me encanta Carlos Giménez! me fascinó "Rambla Arriba, Rambla Abajo" un retrato de las Ramblas de los 70's, mucho más auténticas que éstas de ahora llenas de turistasgambasborrachos...