sábado, 14 de abril de 2007

Manolo Conde

Al hablar de los amigos de la tertulia mensual, me han venido a la memoria otros viejos amigos ya fallecidos. Creo que nadie muere del todo mientras haya alguien que los recuerde. Por eso, me gustaría dejar en estas líneas un recuerdo a quienes durante años me regalaron su amistad.

Una de las personas que más me ha marcado y al que recuerdo a menudo es Manolo Conde, persona de difícil clasificación. Ayer hablaba de él con otros amigos que también le conocieron y nos reímos recordando muchas de sus anécdotas. Decíamos que, posiblemente, van quedando muy pocos personajes que tengan ese aura que envolvía a gente como Manolo o como Julián Pombo o Ambrosio.

Manolo Conde fue poeta, crítico de arte, profesor y, sobre todo, bohemio. Fue fundador del Grupo El Paso, uno de los colectivos más importantes de la pintura española. Pero fue bohemio, por encima de todo. Le recordábamos con su cartera llena de folios en los que escribía sus versos, sus peteneras, a veces, incluso, en alguna servilleta de bar.

Fue profesor mío cuando yo estudié dibujo publicitario. Tenía yo entonces 17 o 18 años. Manolo nos daba las clases en los bares cercanos a la puerta del Sol. Nos hacía bajar a sus alumnos al anciano Rey de los Vinos en la calle de la Paz, y allí, en una mesa, con unos chatos de vino nos hablaba de Picasso, de Goya, de Dalí... Nos hablaba de la vida, de poesía, del mundo.

Un día me llevó a una manifestación antifranquista. Vimos los dos cómo la policía cargaba y detenía a jóvenes universitarios y él me decía: "Tú no te muevas de mi lado y tranquilo". Lo cierto es que nadie se acercó a nosotros, tal vez por su aire de profesor y su cartera y la pinta de persona despistada y pacífica que aparentaba.

Luego, los dos nos dirigimos hacia la clase -eran clases nocturnas-, mientras él cantaba a voz en grito "A las barricadas". Cuando llegamos a la academia, le notificaron que estaba despedido. Los responsables del centro se habían enterado de su forma de dar las clases y consideraron que no era el método más adecuado. Él ni se inmuto. Bajó del despacho de dirección y nos comunicó, brevemente, que se marchaba porque él no podía soportar ninguna dictadura. Se dirigió a la pizarra y escribió con grandes letras: "¡Viva la libertad!".

Nos fuimos con él y esa noche recorrimos mesones y tabernas, bebiendo vino y escribiendo ý recitando poesías por los bares. Fue la primera de muchas noches mágicas. Manolo venía todas las noches a buscarnos y seguía enseñándonos el verdadero arte en torno a unos vasos de vino.

Fueron, sin duda los mejores años de nuestra vida. Alguna vez he contado que una de esas noches nos llevó ante la estatua ecuestre que hay frente al Palacio Real. Nos dijo que aquel caballo, airosamente levantado sobre sus patas traseras, estaba hueco en la mitad. Y nos dijo que los pajarillos entraban por la boca del caballo y, atrapados, morían en su estómago metálico. "Fijaos", comentaba, "es un cementerio de pájaros. Es horrible". Me impresionó aquella historia. Sé que, después, mandaron tapar la boca del caballo.

De Manolo Conde hay mil anécdotas que, tal vez, algún día cuente. Historias divertidas y esperpénticas que recuerdo, que recordamos quienes le conocimos, con nostalgia y ternura.

Manolo murió un día. Hace ya muchos años. Mis hijos, que eran niños, le conocieron en alguna de esas noches, cuando contaba historias fantásticas de Madrid, como la de aquel caballero que acudió a una cita con una mujer, a un viejo caserón del Madrid de los Austrias. El caballero, tras pasar una noche de amor abandonó la casa. Cuando estaba en la calle notó que había dejado en ella su espada y volvió a recogerla. Entró en el caserón y se dio cuenta que no parecía el mismo. Parecía deshabitado desde hacía muchos años, lleno de polvo y telarañas. Subió hasta la habitación donde había estado con la mujer y encontró allí su espada y en la cama el esqueleto de una mujer vestido con viejos ropajes. supo después que, efectivamente, allí había vivido una hermosísima dama que había muerto hacía años.

Manolo Conde murió sin que nadie le reconociera todo lo que había hecho por la cultura. Pero nosotros, sus amigos, estamos empeñados en mantener vivo su recuerdo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada día leo sus artículos, y éste me ha resultado muy interesante. Me gustaría conocer a alguien como ese profesor que usted tuvo.

N. dijo...

"Creo que nadie muere del todo mientras haya alguien que los recuerde". Me da que igual había que quitar el 'creo'.

Su profesor me recuerda a historias contadas por el poeta Jesús Lizano.

Lucia_del_Mar dijo...

En 1985, en Chile viviamos en dictadura, yo estaba en 5ºaño básico, tenia recien 10 años, tuve un profesor de música, su apellido era Machado, con él, aprendi mis primeras canciones "revolucionarias", es decir, VICTOR JARA, en aquel tiempo censurado y totalmente prohibido, alguien pasó el dato de ese maestro y sus enseñanzas y un dia no llegó a la clase, nunca más, hasta el dia de hoy (ya tengo 32 años) supe de él...

Su artículo hizo, una vez más, q yo recordara a mi querido maestro Machado...

Anónimo dijo...

Prefiero la muerte "por delirio más que por accidente", aun sabiendo que no puedo elegir.
Conozco a Conde por un profesor que nunca lo fue oficialmete. Mi profesor. Prefiero el Jumilla al hedor que me recorre. Ese halo de curricula infame... Y, definitivamene, me reconozco, sin reconocerme en él, sabiendo de lo imposible que es, ser un poeta telúrico.