lunes, 4 de junio de 2007

Sigue la novela (7)

Otro trozo más:

-¿Vive en el convento con los frailes?

-Bueno. Según le convenga. Yo creo que el chaval tiene su propia vida. Es muy raro.

-Parece muy colgado, ¿no? -pregunté, tras dar el último trago de café.

-Hace de todo. Yo creo que sigue pegándole. Y vende, para pagarse los picos, ya sabes.

Yo no sabía gran cosa pero asentí para no parecer un pardillo. Antonio se acarició la canosa barba y prosiguió.

-A los frailes los tiene engañados. Lo ponen como ejemplo de rehabilitación. Después de hacerle el reportaje, estuve en contacto con él. Bueno, de aquella manera. Me llamaba de vez en cuando, para ofrecerme alguna historia. Hasta que le dije que yo no pagaba los reportajes. Además que aquí lo de la droga prácticamente ya no interesa a nadie.

Antonio Navarro dio por terminada la comida y me enseñó las dependencias del Casino. A aquellas horas las salas estaban prácticamente vacías. Se respiraba un aire rancio pero, al mismo tiempo, en sus paredes, en las majestuosas escaleras, en la magnífica biblioteca, podía apreciarse todavía un aire señorial y tranquilo. Recordé los versos de Antonio Machado y me imaginé a aquel “hombre del casino provinciano” que, estaba seguro, en las tardes de invierno se jugaba su patrimonio al monte en aquellas mismas mesas de los salones reservados “sólo para socios”. Sí, el pasado es efímero, maestro.

Cuando llegué al hotel, la chica rubia me informó que mi jefe me había llamado y había dejado el recado urgente de que me pusiera en contacto inmediatamente con el periódico. Llamé desde la habitación. Quería, por esos extraños razonamientos de los redactores jefes, que siguiera con la historia del hombre muerto, sin abandonar, claro está, el reportaje de los frailes. Según él, un suceso como aquel revestía sin duda el morbo necesario para hacer una paginilla de fin de semana. Maldije para mis adentros el exceso de imaginación que había volcado en la crónica en mi afán de verla publicada y le aseguré que yo mismo había pensado que aquella era una historia que merecía investigarse. Colgué y, a continuación, llamé a Rafa para que me diera la dirección de la viuda y algún otro contacto en la policía.

La mujer vivía por el barrio de El Pilar. Relativamente cerca de la Vaguada. Era un bloque de moderna estructura, sin personalidad alguna. Pulsé el timbre del telefonillo y, casi inmediatamente, se abrió la puerta con un chasquido. Supuse que la viuda se había cansado ya de preguntar, sabedora de que los visitantes tenían como intención mostrar sus condolencias por la muerte del marido. En el portal encontré una mesita con una bandeja en la que habían depositado una decena de tarjetas. Busqué el ascensor y subí hasta el cuarto piso. Había una puerta abierta y, asomada a ella, una mujer todavía joven, con una rebeca negra y los ojos hinchados.

-Buenos días, ¿es usted la viuda de...?

No me dejó terminar.

-Pase, pase... –se echó a un lado y me dejó libre el camino hacia un pequeño salón. Una televisión ofrecía los gritos de dos señoritas de muy buen ver que hablaban a la vez y mostraban un generoso escote. La mujer se acercó al aparato y lo apagó.

-Por distraerme un poco. Ya sabe... –se justificó con una sonrisa.

-No, si la comprendo –eché una ojeada a lo que se veía era un cuarto de estar. Un par de sillones de orejas, tapizados de ramos de rosas, y una mesa camilla en el centro, vestida todavía con las faldillas del invierno, eran prácticamente todo el mobiliario. Pegada a la pared, había una vitrina en la que se mostraban unos vasos altos de cristal, una licorera con sus correspondientes copas y una sopera de porcelana blanca adornada de flores. Había una fotografía en la que la mujer, vestida de novia, se agarraba, feliz, del brazo de un hombre moreno y adusto, de ceño fruncido.

Ella captó mi mirada y no pudo evitar un puchero.

-Ya ve usted –dijo en un sollozo.

-Lo siento –argumenté, intentando recordar si en aquellos casos era prudente y dentro de las normas más elementales de educación pasarle el brazo por el hombro en gesto de consuelo. Ante las dudas, decidí abstenerme.

-Pero, siéntese, por favor... –y me señaló uno de los sillones- ¿Es usted un compañero del trabajo? –y antes de darme tiempo a contestar, añadió:

-Es que como me dijo que vendría uno de ustedes a por la cartera...

-No, señora, no. Verá usted. Yo soy periodista. –contesté con la esperanza de que mi profesión me diera el aire de respetabilidad del que, estaba seguro, carecía mi figura.

-Ya…

-¿Eso de la cartera…? –pregunté.

-No sé. La cartera. Ésa –señaló un abultado cartapacio que reposaba en un rincón-. Supongo que serán cosas de trabajo.

Estuve tentado de decirle que sí, que me la diera, pero ya había negado que fuera empleado del banco, así que me limité a comentar:

-Ya, pues, no. No sé, la verdad…

-Ah...

Y no dijo más. Me quedé yo también en silencio. Luego me atreví a preguntar:

-¿Y no sabe usted si tenía algún enemigo?

-Ya se lo dije a la policía. Era un hombre muy bueno. Un poco raro, a lo mejor. Tan serio, que yo se lo decía a veces: Ay, hijo, ya podías ser un poco más alegre –lloriqueó de nuevo-. Porque yo, no es porque yo se lo diga, pero soy un cascabel. A mí me gusta salir, el baile, el cine. Y él era todo lo contrario. Siempre me decía: Pero Luisi, ¿dónde vamos a estar mejor que en nuestra casita, tan a gustito?

Se quedó un momento en silencio. Como para sí misma, musitó:

-Toda mi juventud perdida sentada al brasero.

No dije nada. Me daba la sensación de que la mujer había entrado en uno de esos trances en los que, ajeno a lo que te rodea, uno inicia un monólogo que es más una forma de apurar el recuerdo que otra cosa.

2 comentarios:

Margarida dijo...

Ayy Rodolfo, perdone usted que no me pare cuando escribe la novela, y no es que no me interese, pero no puedo perder tanto tiempo de trabajo. Supongo que se editará en breve y no me estaré perdiendo de leerla ¿o no?. Además yo lo de leer en multimedia..como que no!. El placer de sentarse comodamente con un trozo de buen chocolate y libro en mano,hojeando cada poco...no hay tecnología que lo supere...Besos

txilibrin dijo...

Al final nos vas a poner todo el libro aquí :D
Que quiero leerlo como dicen por aquí, con un poco de chocolate :D
Peroooo lo más importante es el sofá, no aquí en el trabajo con dolor de riñones!